Aunque sea difícil de creer,
alguno de nuestros recuerdos infantiles más arraigados probablemente nunca
sucedieron. La mayor parte de los “recuerdos” infantiles no son realmente
recuerdos, sino una memoria generada a partir de diferentes datos recogidos de
distintas fuentes de forma no consciente. Esta construcción de los recuerdos
autobiográficos se aleja de la realidad tanto más cuanto menor edad teníamos en
el momento del suceso.
Las capacidades cognitivas de
atención, percepción, memoria o lenguaje se desarrollan con la edad, estando
condicionadas por la maduración neurológica y por los conocimientos previos.
Así, por ejemplo, los niños progresivamente van desarrollando un mayor control
de la atención, de modo que a los dos años son capaces de atender a un estímulo
hasta 7 minutos y este tiempo que se duplica a los 5 años. Los procesos
atencionales, perceptivos y de memoria además están condicionados por el
significado que atribuimos a los estímulos, y la interpretación de la
información va cambiando conforme los niños se van desarrollando, adquiriendo
nuevas y más complejas competencias y conocimientos. La memoria episódica
(responsable de las capacidades de recuerdo de hechos e identificación de
personas en un marco contextual) no parece estar desarrollada hasta los tres a
cinco años, dando lugar a lo que se conoce como amnesia infantil y que es la
responsable de que no tengamos recuerdos de estas etapas tempranas anteriores a
esa edad.
La capacidad para tomar
decisiones y manejar información condicional, relevante en la respuesta sobre la
presencia de una persona en una rueda de reconocimiento, requiere de procesos de
pensamiento complejos que se adquieren progresivamente. Es durante esta edad
preescolar cuando se desarrolla el concepto de tiempo y la capacidad para
discriminar entre realidad y fantasía. La capacidad de juicio moral en los
niños, su desarrollo emocional y su capacidad de empatía, se desarrollarán ya en
la etapa escolar y jugarán un papel importante en la atribución de intenciones y
responsabilidades; hasta los 3-4 años los niños no desarrollan teoría de la
mente, que les capacita para entender otras perspectivas y ponerse en el lugar
de otra persona, y el concepto de engaño. Por último, el lenguaje que antes de
los tres años suele ser escaso, limita la capacidad para comprender las tareas
que les pedimos a los niños y su habilidad para describir un hecho o a una
persona.
Memorias tempranas y amnesia infantil
Es infrecuente que recordemos
sucesos de cuando teníamos una edad menor de tres años. Esta falta de recuerdos
infantiles durante los primeros años de vida se denomina amnesia infantil. Una
explicación a este fenómeno procede del hecho de que el sistema neurológico no
esté desarrollado completamente, los niños menores de esta edad carecen de
lenguaje y del conocimiento para una adecuada interpretación y codificación de
la información, y la percepción adulta es muy diferente de la percepción de los
niños muy pequeños.
Resulta difícil recuperar una
información que no fue codificada o se hizo desde un punto de vista o una
interpretación diferente a la utilizada en la recuperación posterior. En este
sentido debería actuarse con prudencia ante las ocasiones en que una persona
dice recuperar siendo ya adulto memorias sobre hechos ocurridos durante la
infancia. Por ejemplo, en la mayor parte de los casos los niños muy pequeños
víctimas de una agresión sexual no son capaces de interpretar lo ocurrido, de
modo que para ellos este hecho no se diferenciará de un juego, una conducta de
higiene o una agresión física, al carecer de conocimientos sobre lo que es una
conducta sexual. Debido a que la memoria no graba escenas como si se tratara de
un vídeo, sino que sólo almacena interpretaciones de la realidad, esos hechos
difícilmente pueden ser recuperados años después bajo la etiqueta de agresión
sexual. No obstante, si al niño se le suministra información posterior durante
los años siguientes podrá generar una “memoria” del suceso, pero sus
“recuerdos” no serán tales sino una construcción que puede estar basada en
hechos reales o no. También es posible que muchos años después reinterpretemos
la información almacenada en nuestra memoria sesgándola para generar un episodio
de esta naturaleza. Igual que una agresión sexual puede ser interpretada por el
niño como una conducta de higiene, el recuerdo de una conducta de higiene
durante la infancia puede ser reinterpretada por un adulto como una agresión
sexual infantil. La memoria es dinámica y continuamente se actualiza la
información en ella almacenada.
El final de esta etapa de
ausencia de recuerdos tempranos podría dar lugar a una etapa de transición en la
que solo se recordarían fragmentos aislados e inconexos de imágenes,
comportamientos o emociones sin referencia contextual (Bruce, Wilcox-O'Hearn,
Robinson, Phillips-Grant, Francis y Smith, 2005). A partir de esta edad, los
recuerdos ya son cualitativamente muy similares a los de los adultos. Los
estudios sobre Memoria Autobiográfica en los niños se han detenido en analizar
la capacidad o exactitud de sus memorias, su sensibilidad a la sugestión, su
capacidad para distinguir realidad de fantasía y su habilidad para identificar a
una persona no familiar.
La exactitud del recuerdo infantil
La exactitud de la memoria
infantil para hechos autobiográficos puede variar, entre otros factores, en
función del intervalo de edad en el que se encuentre el niño, del tipo de prueba
de recuerdo que se le administre, del nivel de estrés o la carga emocional
implicada tanto en la codificación como en la recuperación, y de lo implicado
que esté en el suceso vivido.
Diversos investigadores han
encontrado que los niños pueden ser bastante exactos al describir un suceso
novedoso y relevante. Por ejemplo, Ornstein, Shapiro, Clubb, Follmer y
Baker-Ward (1997) analizaron el recuerdo de niños de 3 a 7 años acerca de una
exploración médica aversiva y estresante. Los datos encontrados mostraron que
los niños recordaban de forma inmediata un 88% de los componentes de la
exploración, lo que indica que son capaces de recordar la mayoría de los
procedimientos seguidos en la exploración médica. Cuando fueron preguntados 6
semanas después su recuerdo sólo disminuyó al 86%. Incluso fueron capaces de
discriminar entre información real e información falsa sugerida durante las
preguntas al negar esta última un 95% de las veces de forma inmediata y un 93%
después de 6 semanas. Similares resultados fueron encontrados por Peterson y
Bell (1996) con niños de 2 a 13 años que habían sufrido un accidente y tuvieron
que ser tratados en un hospital. Los niños de todas las edades fueron capaces de
recordar gran cantidad de detalles del suceso, aunque la cantidad aumentaba con
la edad. Cuando compararon la capacidad de recuerdo de estos niños con otros que
habían recibido tratamiento médico en una situación menos estresante encontraron
que los primeros, en todas las edades, recordaban menos información sobre lo
ocurrido antes y durante el tratamiento incluso sobre detalles centrales, aunque
no había grandes diferencias.
Sin embargo, entre otros
problemas que pueden presentar los niños se encuentra la relativa incapacidad de
los más pequeños para discriminar entre el esquema general y los detalles
episódicos concretos, que en el caso de sucesos múltiples puede llevarles a
mezclar detalles de unos sucesos a otros y proporcionar un dato de un episodio
concreto como ocurrido en otro episodio al pensar que ese dato es parte del
esquema general, o al revés, ya que al relatar los sucesos en términos generales
pueden incluir detalles que sólo ocurrieron una vez (Farrar y Goodman, 1990).
Hudson y Fivush (1990) señalan que además los niños pequeños en comparación con
niños más mayores carecen de los conocimientos apropiados para reconstruir el
pasado, por lo que dependen más de las preguntas de los adultos que les guíen en
el recuerdo.
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Extracto de:
Manzanero, A.L. (2010): La exactitud de los testimonios infantiles. En A.L. Manzanero, Memoria de testigos: Obtención y valoración de la prueba testifical (pp. 201-225). Madrid: Pirámide
Manzanero, A.L. (2010): La exactitud de los testimonios infantiles. En A.L. Manzanero, Memoria de testigos: Obtención y valoración de la prueba testifical (pp. 201-225). Madrid: Pirámide